Escribir de José Tomás es fácil y difícil a la vez. Los adjetivos se amontonan en la cabeza y, por lo visto en otros -advenedizos casi todos que se apuntan al carro de la moda- se suele caer en lo hagiográfico o en la pedantería, que no sé qué es peor. Por razones de proximidad, a principios de los 90, tuve la suerte de asistir a la eclosión de un muchacho en Galapagar que era distinto a todos. Allí en la cafetería 'Los Arcos', con su peña al frente y el abuelo Celestino a la cabeza, presenciamos el día a día de un novillero que iba escalando posiciones, con la ilusión por montera. No me quiero repetir porque está escrito en varias 'churumbelerías' dedicadas al torero. Eso fue durante su primera época, mucho antes de que ocurriera el boom y la locura por un torero de personalidad fuera de lo común. Su alternativa mexicana, allá emigró y le dieron ´cancha', la vimos en 'Los Arcos'. Y la presentación en Madrid, la confirmación y esos primeros pasos con su primer apoderado Santiago López. Luego vendría la fama y la admiración por una figura de dimensiones extraordinarias. No paraba de crecer. Tanto, que se convirtió en un mito de esos que salen de vez en cuando cantado por propios y extraños, ayudado por su mutismo a la hora de hacer declaraciones. José Tomás huye de todo eso, habla en el ruedo y poco más. Su estrella se va ensanchando cada vez más en proporción a su tauromaquia. Al aficionado de verdad le importa su toreo puro, cristalino, de mucha verdad. Al público, el morbo, lo desagradable. La profesión de torero lleva también esa carga. No hace falta recordar la frase aquella de que 'aquí se muere de verdad, no de mentirijilla', que dijo 'El Gallo'. O la de Paula, cuando hablaba que a veces, a un artista, Dios o un Ser supremo, le toca con una 'varita' y lo unge como un elegido en la disciplina que sea.
José Tomás, es un elegido, toreros como él han marcado las épocas y, pese a sus detractores, (que los tiene), es el revulsivo que necesita la fiesta para subsistir. El toreo tiene un significado en cada momento. Desentrañar ese misterio es algo personal, un acto individual. El actor principal pone de acuerdo a la colectividad. Discrepancias incluidas.
Los que niegan el toreo, se niegan a sí mismos, a sus propias señas de identidad; ¿quién dijo que la fiesta no es cruel? ¡Claro que lo es! El torero es el último romántico que sabe echar la 'pata p'adelante ' y desafiar el destino. Pero el toro también tiene sus ventajas, no lo olvidemos. ¿Inmoralidad? ¿Hablamos de inmoralidad en una sociedad convulsa y tramposa, donde prima la violencia y la vileza desde un simple anuncio hasta esos programas basura que no sirven nada más que para narcotizar al personal? Una sociedad opulenta como el gran 'Carro de heno' de El Bosco: 'Cada uno coge lo que puede', dice el proverbio flamenco.
José Tomás ennoblece y dignifica la fiesta de los toros. La encumbra y nos encumbra a los que participamos en este planeta taurino, más auténtico de lo que muchos piensan; ahora bien, en el toreo caben muchas formas y modos de expresión, siempre se dijo que al buen aficionado le deben entrar en la cabeza el mayor número posible de lidiadores. La pasión por éste o aquél torero es inherente al sentir de cada cual, reconozcamos pues, el valor de quien practica unos modos y unas formas de difícil catalogación. Yo preguntaría, ¿a qué escuela pertenece José Tomás? A todas y a ninguna. Su toreo es un compendio, un crisol, que destroza el concepto de las escuelas. ¿Que los 'entendidos' dicen que torea a pies juntos y no carga la suerte? Pues al día siguiente, nos habla con el compás abierto. ¿Cuántas etapas podríamos señalar a lo largo de su carrera? Porque siguiendo con el símil pictórico, ni Velázquez, Goya o Picasso se atuvieron a un mismo estilo o manera, al contrario, sus pinceles fueron evolucionando.
Otra cosa más en estas pequeñas divagaciones de cronista local: de acuerdo en que José Tomás no ha 'inventado el toreo'; a algunos aduladores sí se lo parece, pero ya sabemos que 'eso' lo arrastra la popularidad y el éxito. Diarios que no dedicaban más allá de las notas de agencia sobre el mundo del toro, se despachan con páginas enteras hablando del fenómeno de Galapagar. Lo de Valencia, fue un 'suceso' nacional. Apenas se habló de un muchacho mexicano que salió en hombros y de nuestro paisano Víctor Puerto que compartía cartel.
Todo el mundo quiere saber algo del 'monstruo' de Galapagar: quizás por ello, es tan celoso de su vida privada. El hermetismo ha contribuido a forjar su propia leyenda, que desde lo de Aguascalientes ha traspasado lo inimaginable. Su valor seco, sereno, puede con todo, ha superado un durísimo trance y se ha repuesto. Ha vuelto a la cara del toro sin aspavientos. Tenemos al torero y al hombre. A compás abierto.
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