viernes, 12 de agosto de 2011

El cuento del revés

CRÓNICA DE GIJÓN.- Talavante en hombros, JT por naturales apadrina a Silveti
 
Javier Hernández / Gijón (Asturias)
 
Y colorín colorado, un torero salió en hombros de la plaza de Gijón. El cuento empieza al revés, por el final. Un torero que toreó muchas veces del revés y con el envés. Se llama Talavante, vive en figura, goza del trato de las figuras y parecía un aprendiz por su afán de ganar partidas y partidarios. Talavante se asemejaba a ese joven que goza de su gran y única oportunidad para mostrar su toreo aprendido. Era ese torero ansioso por decir aquí y ahora y al cual se le amontonan las ideas y recursos de todo su muestrario. 
Talavante, ese joven con madera, que movió mucho a sus dos toros, más con el revuelo que con el vuelo de su muleta, que lo mismo toreaba al derecho que al bies, por delante que por detrás, pues sus dos toros pasaron las mismas veces por la bragueta que por la culata, más ceñido por aquí, más lejano por allá. El mismo trato a los dos noblones toros, la imposición constante del muestrario, la rapidez por enseñar, las ansias enormes por gustar y captar. Aquí y allá, ora por aquí, ora por allá, como los magos con las mangas. La revuelta la vendió donde terminó su cuento, en el desplante total, sin trapo, y la lengua del quinto lamiendo lentejuela. Refrendado con medio acero de acierto.
Cogió Talavante las orejas y se le veía feliz. Como el joven aprendiz de novato que ya no dice que JT pinta tan bien como Picasso, puede cantar Sabina. Mientras, el verdadero aprendiz de novato sacaba poso y reposo con el mejor lote. Vino a decirle al maestro, mola más tu verdad que la revolución de revuelo. Por eso clavó talón Silveti, se encajó, soltó su lastre y plasmó aplomo y reposo, como si llevase encima cien de a un ciento. Era la mezcla de ambos, fusionando una muleta barriendo cuando el toro rozaba bragueta con el ¡ay! al rondar las posaderas. Y sus quites de joven azteca, gaoneras primero y saltilleras de infarto después. En los dos tenía premio, en los dos ganó el ser feliz, en ambos manchó currículum a la hora de firmar.
Y en el cuento del revés llega el final con los principios. Naturalmente, como el principio principal del toreo, natural por naturales. Los vuelos sin revuelos, al morro y para traer, para llevar, para transportar, para sentir y hacer sentir, para que el olé se pusiera a roncar. Era José Tomás a riñón partido: el pecho por delante, el talón dejando huella y quebrando la cintura. Y si por detrás se abunda, tan solo uno que redondea el circular de los circulares, relimpio. Brotó en el sobrero cuarto, sustituto del inválido y hermoso titular. Hasta siete naturales roncaron a coro, suscritos con la trinchera de nulo olvido. La mácula a espadas, un marronazo previo a la estocada.
El final con los principios, bien entendidos los principios por este JT de cinicienta cabellera, el regreso al pasado que entonces marcaba el futuro. Lo del segundo, una constante academia frente a un soso mulo.
Érase una vez unos naturales de oro con espada de lata, un alboroto de un joven que no empezaba y el reposo inusual de quien camina por primera vez. El cuento del revés.

Ficha del festejo
Plaza de toros de Gijón. Lleno total, en tarde espléndida. Seis toros de Salvador Domecq, el cuarto como sobrero. Corrida de remate en sus carnes y de buena cara, salvo el cornicorto segundo y el sobrero cuarto. Encierro ayuno de fondo y de clase, aún con la bondad por bandera. Destacó el notable pitón derecho del primero y el recorrido humillado del sexto.
José Tomás (verde esperanza y oro): ovación y oreja con petición de la segunda.
Alejandro Talavante (lila y oro): ovación tras aviso y dos orejas tras aviso.
Diego Silveti (blanco y oro), que tomó alternativa: ovación tras aviso y vuelta al ruedo.

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