26.09.11 - 02:25 -
BARQUERITO | TOROS
Era la última tarde de toros en Barcelona y, sin embargo, las emociones de la despedida no tuvieron ni la carga ni el acento ni la fuerza de la función memorable del sábado. La plaza estaba abarrotada, pero ni consignas, ni pancartas, ni palmas por bulerías ni bulla ni jarana. La euforia del sábado se había transformado en resignación y el ambiente fue apagándose progresivamente. José Tomás no llegó a ponerse ni acoplarse con el quinto de la tarde, incierto y deslucido..
Una generosa decisión del palco premió con dos orejas una faena desigual y una soberbia estocada de Serafín Marín al sexto, que será seguramente el último en la historia de la Monumental. Y sacaron por derecho a hombros a Serafín y a José Tomás, que había toreado con rara perfección caligráfica al notable segundo de la tarde, y con uno y otro se llevaron a Juan Mora, que no pudo redondear.
En el exterior aguardaba un millar largo de personas con la intención de entrar para vivir en masa las últimas horas del toreo en Barcelona. Ya era de noche. El control fue muy severo. Un grupo de aficionados de la Unión Taurina de Cataluña se llevó a hombros a Marín por la Gran Vía hasta el hotel. José Tomás fue metido en su furgoneta, a Mora lo condujeron a hombros calle Marina arriba.
Quiso la casualidad que los dos toros de verdad buenos se jugaran de primero y segundo; el tercero rompió la racha casi en seco; el cuarto se aplomó; el quinto renegó y punteó engaños; y el sexto tuvo bondad. Tal vez pesara esa tristeza funeraria de entierro de los toros en Barcelona. O la distancia sectaria que los incondicionales de José Tomás pretenden imponer donde sea. La bacanal del sábado se había comido el protagonismo de José Tomás en esta hora final.
Y, sin embargo, es probable que la primera de las dos faenas de Tomás fuera, en punto a razones, estética, formalismo y ritmo, una de las mejores de su larga antología. Y de los últimos cinco ejercicios. Lo más celebrado fue una tanda de cinco molinetes, rareza mayor, transfigurados en muletazos de distinción y suerte cargada, como tantos de los que prodiga Morante. Los cambios de mano, resueltos con inteligencia y firmeza; el toreo enroscado, despacioso y pulido por las dos manos en tandas generosas de hasta seis y siete; la postura casi posada; muchos paseos y pausas también; la voz aguda y tenue en cites y golpes. Una gran estocada.
Y, antes, una gavilla de casi docena de verónicas de mano baja, embraguetadas y acompasadas, algo torcida la cabeza al encajarse en el sentido de la salida, y media muy bonita. Mora toreó con firmeza vertical, compasito y ritmo al buen primero, pero se pasó de faena y abusó de esos muletazos cambiados y al desdén que algunos llaman «carteles de toros».
Un cartel de toros llevaba Marín pintado en el capote. De la mano de la María Franco, la misma artista a quien los Matilla habían encargado el cartel del abono de la Mercé. La cartelería de estas dos últimas corrida de abono trajo polémica: la gente de Tomás encargó a Barceló un cartel por separado y sólo con la corrida suya, que trató de venderse como el oficial. Franco protestó con la misma vehemencia con la que pinta.
Una montera como un capitel jónico, un cuerpo fragmentado como un rompecabezas, suaves colores azules, rosas y cremas en el cartel de oficio. En las vueltas, las cuatro rayas de sangre de la senyera catalana. Y, a mano, y en negro, la fecha del adiós. No se entendió con ese capote Serafín, que acabó lidiando el tercero con muletazos de pitón a rabo. Una hora después se apagó para siempre la luz.
FUENTE: http://www.elcorreo.com/
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