El presidente le niega la Puerta Grande, mientras Saldívar se marcha a hombros
Día 24/07/2011 - 10.14h
La vuelta a los ruedos de José Tomás se vive en un clima de expectación realmente insólito: demanda de entradas, presencia periodística... Muy pocas veces —si alguna— un acontecimiento taurino ha suscitado tal conmoción; en lo que yo recuerdo, quizá la confirmación de alternativa del Cordobés en Las Ventas, hace muchos años, pero la cobertura mediática era entonces infinitamente menor. No sale en hombros esta tarde José Tomás pero a nadie defrauda, levanta clamores.
Leo que, para expresar lo que sentimos al ver a este diestro, «aún no se han inventado las palabras adecuadas». Eso decían los místicos, del éxtasis; y Bécquer, del amor inefable. Intentemos soslayar la dificultad buscando, como pedía Stendhal, los «detalles exactos».
Comparece José Tomás muy delgado, serio, con un inicio de mechón blanco a lo Antoñete. Ya en el primero de Puerto dibuja un precioso quite por delantales. El segundo toro se mueve mucho, algo violento. Quita Tomás por sus clásicas gaoneras: en la tercera, el toro casi se lo lleva por delante; luego, por espaldinas, a lo Miguelín. Brinda a los médicos mexicanos que lo atendieron. Logra buenos derechazos, con la mano muy baja. Por la izquierda, el toro protesta y engancha: sufre dos desarmes. Mata con media estocada, a toma y daca. Ha sido faena de decisión y aguante, más que limpia.
En el quinto, muy suelto, los estéticos delantales no son lo mejor para sujetarlo. Lo mismo sucede con las chicuelinas, haciendo la estatua, preciosamente rematadas con una larga. Diana floreada: brindis al público. Vuelve a hacer la estatua al citar desde el centro y el toro se lo lleva por delante en el primer muletazo: queda algo conmocionado. Vuelve al toro: derechazos con más emoción que mando a un manso distraído; naturales apasionados que levantan pasión. Al perderle la cara, sufre un desarme. Se empeña en hacerle su faena, a un toro que pedía otra lidia. Pero el valor y la emoción son evidentes: la gente ruge. Concluye en tablas con manoletinas, a un toro rajado. Se vuelca al matar: una oreja y gran bronca al presidente por no dar la segunda.
Me contaba Alfredito Corrochano que, la tarde de la reaparición de Belmonte en Madrid, al concluir el paseíllo, nadie atendía a los otros dos matadores. Marcial le dijo a Corrochano: «Si ahora nos vamos tú y yo, nadie se dará cuenta». Alfredito, que tenía genio, replicó: «¡Pues se van a enterar!» Y cortó un rabo... Lo he recordado por el papel de teloneros que hoy les toca a Puerto y Saldívar.
El primero de Víctor es suave, flojo, casi salta la barrera. Replica a José Tomás con buenas verónicas y le brinda. El comienzo de rodillas, con siete derechazos y el de pecho, entusiasma al público pero el toro se para pronto. Mata muy mal.
El cuarto flojea demasiado. Víctor se luce con el capote, muletea con clasicismo pero el toro se derrumba. Mejora al matar. Sin triunfar, he visto a Puerto muy recuperado.
En el tercero, Arturo Saldívar pasa apuros en chicuelinas ceñidas. La faena de muleta es muy mexicana, con pase cambiado. Logra buenas tandas, basadas en el valor. Sufre una cogida por perderle la cara al toro. Mata con decisión, a la segunda: una oreja.
Vuelve a asustarnos en el último, de rodillas y de pie. Consigue series vibrantes a un toro noble, repetidor. Derrocha voluntad pero se embarulla. Otra vez se vuelca al matar: logra otra oreja y la salida en hombros.
Ya podemos presumir de haber sido uno de los privilegiados que ha visto a José Tomás en Valencia. La Fiesta es pasión y él, con su valor impasible, levanta pasiones. Lástima que no puedan disfrutar de semejante privilegio los aficionados bilbaínos, en las Corridas Generales: los sevillanos, en San Miguel; los madrileños, en la Feria de Otoño. Y verlo competir —sigamos soñando— con figuras como los que ayer torearon aquí.
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