Vicente Zabala |
Actualizado jueves 20/10/2011
Barcelona amanecía estremecida, triste y resignada el 25 de septiembre. La Monumental engrasaba las tramoyas para bajar el telón a la caída de la tarde. En sus tendidos estremecidos aún resonaba el eco convulso de Morante 24 horas antes. José Tomás se vistió de sumo sacerdote con un terno negro y oro que acentuaba el magnetismo de su figura. Los tendidos se rebosaban por fin por las almenas, desmemoriados de la sensación de lleno que no se producía desde la última vez que JT pisó su arena dos años exactos atrás. Y sin embargo carecían de la electricidad descargada en la apoteosis del sábado.
José Tomás despedía la temporada de su regreso a la vida. Y lo hacía con una antología de verónicas a modo de un dedo en los labios que pide silencio. El sendero recorrido en plena comunión con el toro de El Pilar hasta los medios se escondió entero tras un lance por el izquierdo que quienes a la mañana siguiente visitaron la tumba monumental del toreo todavía sintieron inacabado de eternidad. El capote del fenómeno de Galapagar, tan cultivado como escasamente loado en su resurrección, extendió un manto de perfección.
Y su mano izquierda volvió a explicar la teoría del Paraíso en una faena enteramente zurda como aquella al toro de Puerto de San Lorenzo de 1999 en Madrid. Fluyó el toreo como la seda, ligeramente acodado, profundamente hundido. Ante tal nítida pureza, las 18.000 almas no sabían cómo manifestarse; las fuerzas del arrebato las habían gastado con José Antonio el de La Puebla. Y simplemente admiraban desprovistas de apasionamientos premeditados. JT dibujaba relojes de suavidad a la altura de la embestida. Una cadena de trincheras, que nacieron como molinetes, agitaron la paz.
La estocada despertó a la Monumental hipnotizada. Se pidió el rabo en justicia, pero el alguacil no veía la presidencia, tapada por un mar de pañuelos, y la presidencia no veía al alguacil como probablemente tampoco había visto la faena del adiós en toda su inmensidad.
(La limitada frontera del top 5 de faenas de 2011 no hace que me olvide ni por un segundo del 23 de julio en Valencia, cuando José Tomás regresó de entre los muertos para volver a anular y traspasar los límites con aquel quinto torazo de Moisés Fraile que no regaló nada).
FUENTE: http://www.elmundo.es/
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